jueves, 25 de octubre de 2012

Buscando un cometa


El  inicio de octubre tuvo cielos nublados que no dejaron disfrutar las fases lunares y las constelaciones. Pero, respetando el orden de entregas y compromisos, les contaré algo sobre cometas. Estos objetos son conocidos desde el 2200 a.C., registrados por astrónomos chinos quienes, dicho sea de paso, eran unos valientes, porque si un cometa (o eclipse) se hacía presente sin que alguno de ellos lo predijera, era ejecutado de inmediato.
¿Y qué es un cometa? Es un pequeño cuerpo celeste de hielo y polvo que orbita alrededor del Sol; cuando pasa lo bastante cerca de nuestra estrella como para calentarse, forma una cola de polvo y gas que se extiende en el espacio.
Les cuento dos historias:
En su casa a orillas del lago Hamana, en Japón, Ikaoru Ikeya despertaba de madrugada para vestirse y subir al techo a ver el cielo. Desde muy chico soñó tener un cometa que llevara su nombre. En el día trabajaba en una fábrica de pianos, ahorrando dinero para comprar un cristal y así construir su telescopio... ¡Y lo construyó! Luego de documentarse sobre astronomía, se dio a la tarea, noche a noche, de probar su telescopio. En una bitácora registró cada sesión astronómica, hasta completar 16 meses en 1963.
Una de esas frías noches, observó una mota difusa en el cielo. Revisó su mapa para no confundirla con una nebulosa; no halló ninguna. Volvió a mirar, descubriendo que se desplazaba hasta una estrella vecina. ¿Era su cometa? ¿Alguien más lo estaría viendo, además de él? Al día siguiente fue a la oficina de telégrafos y mando un mensaje al Observatorio Astronómico de Tokio: Hoy observé cometa tres grados suroeste estrella Pi constelación Hydra punto Magnitud doce punto Kaoru Ikeya diez y nueve años. La noticia se dio luego en todo el país, cumpliendo el sueño de Ikaoru. El cometa se llama oficialmente: Cometa Ikeya 1963a.


En México, Enoc Fuentes y María Luisa Aguilar, una pareja de maestros jubilados, transformó un autobús escolar en desuso en su casa rodante. Con la ayuda de unos telescopios y un sueño anhelado, iniciaron un viaje a los sitios más apartados de Baja California, para enseñar gratuitamente un poco de astronomía en las escuelas públicas del país. Cumpliendo con la máxima de “lo que das, te lo das; lo que no das, te lo quitas”, fueron compartiendo en cada poblado, las imágenes de planetas y galaxias, despertando el asombro de algo que siglos atrás era parte de nuestra cultura: la raza cósmica.
Cabe aclarar que no los patrocinó ninguna televisora ni marca de cheves o chescos, mucho menos dispusieron del magro presupuesto que los gobiernos designan a la investigación y divulgación científica. Se patrocinaron ellos mismos con su pensión de jubilados. Afortunadamente este esfuerzo no pasó desapercibido para Ivonne Fuentes Mendoza, quien realizó un documental que le está dando la vuelta al mundo, y que, visto en proporciones astronómicas, es una distancia menor comparada con las recorridas por la mirada de cada niño, joven y adulto en cada poblado donde se detuvo este cometa viajero. Por supuesto, este cometa dejó una estela (http://esteladecometa.blogspot.mx), que puedes visitar y conocer más del proyecto y a sus protagonistas.
Dos lindas historias (qué panadero habla mal de su pan, dijera mi madre), pero vale la pena aclarar, regresando al tema de los cometas, que estos no son visibles tan frecuentemente. Lo que si es posible observar, son los fragmentos de hielo y polvo que se desprendieron de algún cometa. Tal es el caso de uno de los más famosos, el Halley (en honor a su descubridor Edmund Halley), que este 20 y 21 de octubre serán visibles. Se les llama Oriónidas porque dan la apariencia de provenir de la constelación de Orión. Cerca de 25 objetos por hora, a 67 km/s. Generalmente presentan tonalidad verde y amarilla. Pueden ser partículas muy grandes que tardan mucho en caer y desintegrarse.
En la próxima entrega te hablaré de una frase que bandea entre la poesía y la ciencia... ciencia poética... poesía científica... pronunciada por Carl Sagan: Somos polvo de estrellas. En pocas palabras, una frase tan verdadera como la vida misma.

¡Por mejores cielos, me despido de vos!

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